teoria

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Universidad Nacional de Catamarca

Facultad de Tecnología y Ciencias Aplicadas

Departamento de Arquitectura

Taller Integrador de Diseño II

Año académico 2024

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La utopía de cambiar el mundo desde un Taller de Arquitectura

 

¿Cómo construir pensamiento proyectual en la arquitectura, con las prácticas que desarrollamos en nuestra labor como arquitectos? Este interrogante de nuestra vida profesional, está presente cuando, en el rol de docentes universitarios en un Taller de Arquitectura, proponemos a los estudiantes recorrer un camino en su formación como futuros arquitectos y arquitectas. El desafío de enfrentar una obra, nos tiene que obligar no sólo a quedarnos con el hecho de cómo hacerla, sino qué queremos decir con ella, ya que la arquitectura es producto de nuestra cultura.

 

El tiempo que llevamos como docentes en la conformación de una cátedra de Taller de Proyectos, en el marco de una carrera de Arquitectura reciente en la Universidad Nacional de Catamarca, nos permite reflexionar sobre la necesidad de motivar el debate de las posibilidades que se presentan para la formación de los futuros colegas. El desafío es incentivarlos, “en el hacer”, sobre la necesidad de una construcción colectiva y crítica del pensamiento proyectual, con la base sólida de un marco teórico, que le dé sentido a la Arquitectura. En un Taller de Arquitectura, como en una obra arquitectónica que se erige, el docente se constituye en un andamio que ayuda al estudiante en su autoconstrucción intelectual; éste, en última instancia, es quien debe aprender a tomar sus propias decisiones.

 

En la experiencia como arquitectos y docentes universitarios, podemos decir que, en las cátedras de Taller, tenemos en cuenta el reconocimiento de la realidad donde actuamos para afrontar integralmente el problema del diseño arquitectónico. Frente a la diversidad de miradas que existen en el mundo académico contemporáneo sobre la formación del arquitecto, en Catamarca tratamos de considerar al Territorio como una totalidad, en el paradigma del “ecosistema urbano”, mencionado entre otros por Salvador Rueda. Es imposible analizar una parte sin tener en cuenta que forma parte de un todo. 

 

En la experimentación del Taller, donde el estudiante “aprende haciendo”, se plantean ejercicios de simulación tendientes a la adquisición de estrategias proyectuales para afrontar el problema de diseño arquitectónico. En el proceso se construye pensamiento en la realidad del contexto que nos toca actuar, como en el ejercicio de la profesión misma. Para que lo pueda entender un lego en la materia, los pasos que se siguen son: el análisis de la realidad; la formulación de las pautas de diseño para llegar a la generación de una idea arquitectónica; y la resolución del proyecto entendido como síntesis. Sin embargo, hay que decirlo, que, al ser un proceso creativo, no es lineal.

 

En el hacer arquitectónico está presente en el diseñador la interpretación de los fines que persigue como ordenadores de la relación del hombre con el ambiente; y de los medios como herramientas para la materialización de los fines propuestos. El estudiante a lo largo de su formación aprende a articular e integrar los saberes que les brindan las otras áreas de conocimiento de la carrera; por lo tanto, en el hacer del proyecto, se constituye la síntesis del proceso.

 

¿Cómo es la realidad en la que diseñamos? ¿Es el lugar el que hace a la obra o es la obra la que hace al lugar? ¿Qué papel juegan en el diseñador los fines y los medios del hacer arquitectónico? Estos interrogantes, se contemplan en nuestra construcción teórica a lo largo del proceso del Taller, aferrándonos al proyecto como una herramienta mediadora para pensarlo, entre estudiantes y docentes. 

 

El objeto arquitectónico a diseñar debería tener la capacidad de regular la relación ambiente/hombre, entendiendo siempre al entorno que está ahí, como condicionante del objeto arquitectónico y, a su vez, modificado. Por lo tanto, está claro que existe una totalidad inseparable entre el objeto arquitectónico y el entorno (tanto natural como cultural), entendidos en esa realidad, al momento de pensar las soluciones.

 

En las últimas décadas, ante el crecimiento poblacional del Gran Aglomerado Urbano de Catamarca y la necesidad de la construcción de barrios y equipamientos, en la gestión se descuida la presencia de los accidentes geográficos, interviniendo en el cauce mismo de arroyos secos, como en la ciudad de Catamarca; se avanza sobre las áreas rurales, como en Fray Mamerto Esquiú; se cierran acequias y se talan árboles, como en Valle Viejo. Pues bien, estos problemas, sirven, por ejemplo, como disparadores para pensar en los Talleres de Arquitectura locales, con una mirada universal, “cómo habitar el Territorio”, considerando las principales recomendaciones para el desarrollo sostenible de las ciudades, provenientes de agendas como los Objetivos de Desarrollo Sostenible y la Nueva Agenda Urbana.

 

Estamos asistiendo a un cambio de paradigma en el abordaje del problema del Hábitat. A lo largo del proceso de trabajo del Taller de Arquitectura vemos prioritaria la construcción colectiva crítica de un marco teórico para proponer soluciones, que respondan a la serie de interrogantes a resolver en el contexto que nos toca actuar. La premisa es pensar las posibles soluciones en el Territorio para el acceso a la vivienda considerando el paradigma de lo colectivo, el equipamiento necesario en sus diversas complejidades según las escalas y los espacios públicos abiertos como un sistema a escala urbana; todo esto bajo el soporte que contempla a la ciudad como ecosistema.

 

Escribir en este espacio sobre qué y cómo entendemos a la formación de arquitectos y arquitectas, nos permite afirmar, que nuestra aspiración como docentes, es que el Taller de Arquitectura sea el ámbito para que el estudiante produzca “la integración de los campos del conocimiento”. Por eso es importante que, “en el hacer”, usando la dialéctica, el estudiante explique su proyecto en cada crítica, ya que al “escucharnos” comenzamos a construir el camino para los sujetos que nos conduzcan a una revolución de pensamiento, a un cambio de paradigma. Por supuesto, ¡con emoción! Porque sin ésta no hay arquitectura; ya que la iniciativa, el debate, la autocrítica y la sensibilidad social, entre otros, constituyen valores fundamentales que propiciamos en el Taller para la emancipación del estudiante.



La Ciudad de Caravati

 

La ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca, capital de la provincia de Catamarca, seguramente era más linda de lo que es hoy en día. Dicho esto, por la forma en que juzgan nuestros vecinos las fotografías de los primeros años del siglo XX, comparándolas con las de los primeros años de este siglo XXI. Pero aún así, en la actualidad, cuando llegan visitantes, perciben que nuestra ciudad es distinta. Es que todavía puede leerse, a pesar de todo, la coherencia de lo que fue su paisaje urbano en el contexto cultural de su época.

 

Esto, fue posible gracias a la llegada a Catamarca en 1859 de un arquitecto italiano llamado Luis Caravati, que, hasta el año de su muerte en 1903, con sus obras transformó en ciudad a una pobre aldea.

 

Caravati interpretó la cuadricula fundacional y a los originarios que vivieron en esta tierra. Descifró el sistema natural en el que la ciudad estaba inserta. Sin darse cuenta, pero con excelente criterio intuitivo, hizo que sus obras jugaran en el territorio.

 

Una de sus primeras intervenciones, el Paseo de la Alameda, fue el lugar de encuentro de la sociedad catamarqueña. El lago que planteó sirvió, también, para proveer racionalmente el agua a las fincas de los corazones de manzana de la cuadrícula urbana. Caravati intervino en este espacio público y antes de acabarlo le encargaron la construcción de la Casa de Gobierno. Y mientras hacía esta obra ya le confiaban terminar la Catedral Basílica.

 

Cuando el arquitecto diseñó el atrio de la catedral, quiso expresar, con su materialización constructiva, que ningún edificio ubicado en esa cuadra debería discrepar con las alturas del acceso al templo religioso.

 

Las mismas reglas fijó cuando construyó la Casa de Gobierno, desde el primer edificio de una sola planta en 1857, pasando por la edificación de la planta alta que existe hoy, hasta las dos ampliaciones que se pueden ver sobre la calle República. Nadie imagina que todos esos edificios, son uno solo; aquí está escrito tácitamente por él un código de edificación a respetar.

 

El arquitecto italiano, diseña la ciudad. Lo hace intuitivamente. A medida que se va vinculando con la sociedad de la época y le son encomendados una serie de edificios, elabora, sin querer, un plan urbano ambiental para la ciudad, con la obra construida.

 

Circulando por las calles, se percibía un paisaje urbano homogéneo, dado por la altura, la escala y la proporción de sus fachadas. En las plazas y paseos había árboles; ya que eran los espacios para el encuentro, en los que se desarrollaba la vida pública.

 

La introspección estaba en los corazones de manzana, por donde circulaba el agua. Allí podían encontrarse árboles frutales, vid, animales domésticos que ayudaban al sustento alimenticio familiar. Allí era posible la vida privada, compartiendo un espíritu de comunidad sustentable y sostenible, que hoy deberíamos repensar.

 

El arquitecto inmigrante “diseña y construye” la ciudad de Catamarca. Por lo tanto, podemos afirmar que, por más que hayan intervenido otros arquitectos, constructores y albañiles de la época en innumerables edificios… Él la hizo.

 

El 18 de julio de 2021 se cumplirán 200 años del nacimiento del arquitecto Luis Caravati; los vecinos de Catamarca nos preparamos para recordar y celebrar esa fecha. Al recorrer en la actualidad nuestra capital de provincia sentimos que está presente, todavía, a pesar de mucha demolición, algo del espíritu del paisaje urbano de aquella ciudad de autor que pudieron percibir los vecinos que vivieron en el siglo XIX.



La vivienda productiva

 

La combinación entre las actividades productivas y reproductivas en un mismo lugar esboza numerosos desafíos para el planeamiento, tanto de la vivienda, como de la producción y el empleo. Esto comenzó a visibilizarse con la pandemia, exponiendo la necesidad de un cambio de paradigma en la vivienda a partir de sus usos productivos, orientando los esfuerzos en su mejoramiento para adecuarla a los nuevos fines. Si consideramos que, a lo largo de la historia de nuestras ciudades, convivieron la vivienda con la producción a pequeña escala y en entornos amables de vecindad, “tenemos que recuperar lo que hemos destruido”, como expresa la socióloga Saskia Sassen,

 

En los asentamientos humanos ubicados en el Gran Catamarca, todavía se observan minifundios con actividad agrícola-ganadera que, a pesar de los tiempos que vivimos, habita y produce la gente del lugar, como sucedió siempre en su memoria. Los habitantes de las chacras, como se los llama en la ciudad capital de provincia, manifiestan una vocación por preservar esas costumbres. El historiador Marcelo Gershani Oviedo dice que “la historia nos indica que, actualmente, hay gente que vive en la ciudad y vuelve a las charcas y pienso si esto no es como volver a ese pasado que inconscientemente lo tenemos incorporado y que es la tendencia a recuperar ese lugar de las chacras”.

 

En el caso de los pobladores del Territorio del Gran Catamarca, que se asentaron en el siglo XXVII en la ciudad capital, no abandonaron sus posesiones en Las Chacras. Se produjo, según manifiesta Gershani Oviedo, un fenómeno de ruralización, que se materializó en la radicación de los vecinos en el campo para atender sus actividades agrícolas-ganaderas, aunque residían temporalmente en la ciudad, donde habían monopolizado los cargos y empleos públicos.

 

La relación entre la antigua población y la nueva ciudad fue fluida desde entonces hasta nuestros días. Como vemos, los habitantes del Valle tenían un terreno en la ciudad “fundada”, pero “vivían” en Las Chacras. Se establecieron en la ciudad, siguiendo con su modo de vida introspectivo en los corazones de manzana, por donde circulaba el agua de la acequia. Allí, podían encontrarse con sus quintas, árboles frutales y animales domésticos, que ayudaban al sustento alimenticio familiar. Donde era posible la vida privada, compartiendo un espíritu de comunidad con sus vecinos, como en la antigua población, de manera sustentable y sostenible.

 

El arquitecto Francisco Liernur al interrogarse sobre cuál es la relación entre los problemas habitacionales de las ciudades y su sistema de producción de alimentos, señala que “desde su nacimiento la ciudad fue posible porque la producción de alimentos se hizo de forma tal que permitió a la gente producir provisiones para dedicarse a constituir la civilización”. En el contexto de los tiempos que nos toca vivir, se mencionan los problemas que aquejan al cambio climático y la calidad ambiental, como el sobregiro de la tierra, la necesidad de reducir la huella de carbono y la hídrica, por citar algunos; el Territorio que conforma el Gran Aglomerado Urbano, tiene las condiciones para tomar resilientemente aquel concepto.

 

Pero volvamos al problema de la vivienda mas la producción o la vivienda cercana a la producción. Para que resulte autosuficiente y productiva, tenemos que considerar la escala de producción. Aquí se encuentran las viviendas destinadas a un oficio o las que deben guardar una relación entre el exterior e interior por la venta de los bienes y/o servicios que se producen en el lugar en el que se vive. En el caso de la vecindad de San Antonio, en el Valle de Fray Mamerto Esquiú, para afrontar el problema tendríamos que interrogarnos, como señala la arquitecta e historiadora Rebeca Medina ¿quién habita?, ¿quién produce?, ¿qué produce? y ¿para quien produce?

 

En función de los tiempos que vivimos, es muy probable que, cuando avancemos en las soluciones de propuestas de diseño de la vivienda productiva, lo colectivo pesará más en la balanza que lo particular. A modo de ejemplo podemos mencionar a la pequeña huerta individual, versus la comunitaria. En la primera, con el esfuerzo personal, cuesta mucho sacrificio conseguir que crezca una sola planta de lechuga. En la segunda, con la voluntad colectiva de los vecinos en su mantenimiento, la producción puede ser en cantidad, calidad, constante, variada, permitiendo inclusive el trueque. 

 

La vivienda productiva no es un objeto aislado en el espacio, forma parte de la realidad en la que está inserta. Por lo tanto, podemos seguir imaginando la utopía de la producción de alimentos en la mirada integral del vecindario, como volver a los naranjos y los árboles frutales en las veredas, con la regulación del Estado municipal. Lo mismo puede pasar con los gallineros y la cría de otros animales para consumo humano; como así también con espacios destinados al comercio vecinal y barrial, como los mercados sociales.

 

También, el paradigma de la cuestión de género, debe estar presente en la propuesta de la vivienda productiva. En la publicación “La vivienda productiva, una alternativa de solución habitacional a las prácticas económicas domiciliarias de subsistencia”, María Puntel plantea que las mujeres desarrollan tareas productivas en las viviendas, asociadas a la generación de ingresos, y reproductivas, referentes al cuidado del hogar en el ámbito doméstico. Una realidad que nos atraviesa como sociedad y que no debemos dejar de visibilizar en Catamarca.



Habitar el patio

 

En la ciudad de Catamarca podemos ver, a pesar de tanta demolición del patrimonio arquitectónico, cómo se conservan algunos ejemplos de casonas con patio. Alrededor de este espacio exterior introspectivo, se agrupan las habitaciones que contienen a las áreas privadas y públicas para la vida diaria. Esta idea de organización funcional, ambiental y social de las viviendas fue evolucionando a lo largo de miles de años, desde el Mediterráneo y Oriente Próximo, en la antigüedad, hasta llegar a nuestros días.

 

La imagen actual de la vivienda individual, repetida en la gran extensión del territorio del Gran Aglomerado Urbano de Catamarca, probablemente irá cambiando en los próximos tiempos. Vamos al paradigma de la vivienda colectiva, para compartir espacios de uso común de la vida social o productiva comunitaria, con lotes más ajustados para la vida familiar introspectiva. Por lo tanto, estamos en presencia del desafío de repensar resilientemente cómo habitar el patio en nuestra realidad, para tomar empuje en busca de la sustentabilidad.

 

La pandemia, que nos afecta como Humanidad, puso en evidencia cómo en las viviendas se desarrollan tareas productivas, asociadas a la generación de ingresos, y también reproductivas, referentes al cuidado del hogar en el ámbito doméstico. Comenzamos a visibilizar en nuestros discursos la idea de pensar a la casa como productiva y saludable. Aquí es donde entra a jugar la necesidad de contar con un espacio exterior de uso íntimo familiar, como es el patio, para habitar con una buena calidad ambiental. Una realidad que nos atraviesa como sociedad y que no debemos dejar de visibilizar en Catamarca.

 

Los habitantes de nuestra ciudad capital, que construyeron sus viviendas a finales del siglo XIX en la cuadrícula fundacional, siguieron el modelo que tenían incorporado en sus mentes de la forma de vida de las Chacras. La posición central de los patios de las casas diseñadas por Luis Caravti en la ciudad de Catamarca siguen la lógica heredada de la casa-patio romana, motivada en la práctica por la necesidad de iluminación y ventilación. Convengamos que esta idea de composición del arquitecto italiano es opuesta a la disposición chacarera, que relaciona a los patios con los límites externos del recinto; pero, el concepto sigue siendo el mismo: el vacío adquiere sentido en la prolongación visual de los espacios de la vivienda hacia el exterior.

 

Así como en la Ciudad de Caravati el corazón de manzana constituía un patio mayor de uso común para los vecinos que compartían la producción de sus alimentos; en la actualidad ese espacio exterior de uso común de la vecindad debería replicarse también en la escala de la vivienda y en su introspección. Aquella imagen de regar el piso de ladrillos cerámicos del patio doméstico, como todavía hoy en día lo hacen los vecinos de las chacras, cada tarde de calor cuando cae el sol, permitiendo que el fresco inunde sus habitaciones, es algo a recuperar.

 

La vivienda con un patio en el centro de su composición, en un terreno mas acotado que los que vemos en la actualidad, genera, seguramente, una mejor calidad de vida de quienes la habitan. Considerando que en Catamarca tenemos inviernos templados y veranos cálidos, el control de ese vacío es mas fácil con el acondicionamiento ambiental pasivo, con un mínimo consumo energético para calentar o refrigerar los espacios interiores, cuando lo requieran.

 

El arquitecto Mies van der Rohe, durante la década de 1930-40, experimentó, en el hacer del proyecto de sus casas-patio, la conexión entre las culturas del pasado y el mundo que le tocaba vivir. En el proceso creativo de la casa introvertida, sin mas referencias al exterior que su abertura cenital, le permitió rechazar la forma como objetivo, al afirmar que “tan sólo la intensidad de vida interior puede traslucir intensidad formal”. 



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